Cuando la inseguridad sanitaria quede atrás, es posible que la política se vea reducida en sus funciones.
Una de las lecciones más importantes que nos ha dejado Nicolás Maquiavelo es que todo se encuentra en constante movimiento. En términos políticos esto implica que las relaciones de poder, la dinámica de los actores y la distribución de los recursos que hoy poseen una determinada configuración pueden mutar su naturaleza en forma inminente. De la enseñanza maquiaveliana se desprenden dos corolarios no menos centrales: pensar en distintos escenarios y cursos de acción alternativos; y tener capacidad de adaptación.
No hace mucho tiempo atrás, en la mayoría de los países occidentales, el margen de acción de la política sobre la vida de los ciudadanos era limitado en cuanto a su capacidad de regular y prescribir comportamientos. Pensar en restricciones a la circulación, cierre de fronteras o completar formularios con datos médicos personales era impensado. Como mucho, la política y los gobiernos operaban como promotores de la extensión y reconocimiento de derechos al interior de las sociedades. El liberalismo como corriente política preocupada por la salvaguarda de los derechos individuales parecía marcar el ritmo en lo que hace al reconocimiento de la diversidad sexual, religiosa o étnica. Paradójicamente, y desde los atentados terroristas de 2001 en adelante, un sistema de vigilancia cada vez más capilar y preciso se montó sobre las democracias consolidadas en vistas de proteger la seguridad de la población.
A la par de estas políticas de reconocimiento existe una relación no del todo clara entre mercado y política. Aquí el mercado, entendido como un mecanismo de coordinación social, llevaba las de ganar. Sin embargo, la crisis económica de 2008 produjo un leve equilibrio de fuerzas al expandir el margen de acción de la política para evitar un colapso mayor. Algo parecido aplica al contexto actual donde la mayoría de los Estados extendieron sus atribuciones con el objetivo de salvaguardar la vida de los ciudadanos y el orden al interior de las comunidades. La política ahora volvía a preocuparse por la seguridad sanitaria.
Algunas de las políticas públicas dispuestas, como las restricciones a la circulación interna o la prohibición de los encuentros sociales parecían desempolvar el viejo concepto de “razón de Estado” donde en virtud de un orden superior la política se extralimitaba temporalmente. En otras palabras, tiempos desesperados requieren de medidas excepcionales. La seguridad como principal objetivo de la política y de los Estados, se logró a expensas de algunas libertades.
Ahora, ¿cuál será el rol de la política y los Estados en un contexto post pandémico? ¿Será este incremento en su margen de maniobra la nueva normalidad? O bien, ¿Experimentaremos un nuevo retroceso de la política en aras de otras esferas relegadas? Responder a estas preguntas requiere de una consideración previa: ¿Cuál es la función de la política? La política está para resolver problemas (y muchas veces crearlos o reemplazarlos por otros nuevos) de coordinación entre las personas. Otra opción posible la ofrece el politólogo británico David Runciman, quien entiende que la política está para evitar que nos matemos unos a otros en la consecución de nuestros deseos y podamos resolver nuestras disputas civilizadamente.
Desde estas perspectivas, la política ha demostrado ser una herramienta relativamente eficaz a la hora de lidiar con los efectos de la pandemia. Sin su capacidad de atenuar el conflicto, coordinar expectativas y reposar sus decisiones, en última instancia, en la posibilidad del uso de la coerción legítima, la crisis sanitaria habría escalado a niveles aún más acuciantes.
Posiblemente en el corto plazo se amplíen aún más las atribuciones de la política. La necesidad de implementación y coordinación de medidas preventivas y de contención sanitaria, como así también los costos socio económicos de la pandemia podrían resultar insuficientes en manos de organizaciones privadas. Esto no quiere decir que la política es la solución a todos los problemas. De hecho, muchas veces es la responsable de que varios de ellos no encuentren su fin. No obstante, también ha demostrado ser bastante exitosa a la hora de proveer seguridad a los individuos frente a situaciones que requieren de complejos grados de coordinación colectiva.
Cuando las aguas del COVID-19 se aquieten y la inseguridad sanitaria quede atrás, es posible que la política nuevamente se vea reducida en sus funciones. Este hipotético retiro deja al menos dos cosas en claro respecto del mundo: las cosas están en constante cambio, y la política importa.
Alejandro Gunsberg
Columnista
Diagonales/La Plata
Politologo, Investigador y Profesor de grado y posgrado en varias universidades nacionales e internacionales. Especialista en Teoría Política Moderna y Contemporánea. Doctorando en Ciencias Políticas. Twitter: @AGunsberg